La mayoría de los hombres tiene las mismas expectativas con respecto a las mujeres, a tal punto que generalizar en este aspecto no constituye ninguna exageración.
Lo que esperan los hombres de las mujeres inconscientemente y a veces no tanto, es producto de su condición masculina, de sus genes, de los roles que la sociedad les asigna y de la posición que le concede, de la herencia que reciben por tradición, de las conductas familiares aprendidas, de la identificación con sus padres y con figuras significativas de su infancia, y también de su personalidad.
Desde el punto de vista consciente, un hombre puede considerarse moderno y ser capaz de compartir los gastos con su mujer, las tareas hogareñas y el cuidado de los hijos, de negociar con ella las cuestiones que así lo exijan, de no tomar iniciativas unilaterales sin consultar, de aceptar una negativa a tener sexo sin ofenderse y de respetar a su mujer en todo sentido, sin que su virilidad se sienta disminuida, se vea comprometida o menoscabada, porque al final de cuentas aunque le cueste aceptarlo inconscientemente, una mujer es también un ser humano como él.
Desde la perspectiva inconsciente, que es esa parte de la personalidad, que permanece escondida y no se atreve a ponerse de manifiesto aunque igualmente influya en la conducta; es otra cosa.
Porque hasta al hombre más mezquino, inconscientemente, no le gusta compartir los gastos con su mujer, porque el poder económico se traduce necesariamente en poder político y por lo tanto, es el dinero el que autoriza a tomar las decisiones.
Por otro lado, el hombre espera, inconscientemente, que su mujer se haga cargo del hogar; y aunque puede estar dispuesto a pagar una empleada doméstica para que ayude a su mujer o él mismo a colabore con el trabajo hogareño y con el cambio de pañales de los chicos, difícilmente tome la iniciativa en ese aspecto y prefiera seguir las instrucciones de su mujer, que es la que él espera asuma ese rol.
Los hombres esperan inconscientemente que su mujer responda a sus requerimientos amorosos todas las veces que a él le apetece; y aunque afirme conscientemente que le agradaría que ella alguna vez lo buscara con la misma intención, él desea muy en el fondo tener la iniciativa, porque siente que es su rol natural, propio del hombre, avanzar hacia la mujer y el de ella someterse o retroceder.
El hombre inconscientemente no puede evitar tomar decisiones unilaterales sin consultar con su mujer, porque su papel en esta vida es el de quien toma las iniciativas, el que avanza hacia el enemigo, el que ataca primero, el que hace funcionar a los aparatos, el que patea primero, el que se adelanta por la derecha, el que cruza la luz roja, el que tiene la manija y es dueño de todos los resortes.
Un hombre, inconscientemente, no se puede negar a tomar una copa con un amigo después de la oficina porque si lo hace tendrá que explicarle que su esposa lo espera para cenar.
Él se resiste a hacer el papel de hombre domesticado y sometido, y puede decidir aceptar, arriesgándose a tener una discusión sin razón con su mujer, o decirle que tiene que ir al dentista, que es más fácil y conforma a todos. Por supuesto opta por esto último y evita el compromiso sin ningún costo.
El hombre prefiere inconscientemente ver a su mujer arreglada, contenta y siempre dispuesta a un encuentro cuerpo a cuerpo, que ver la casa brillante, sin embargo puede protestar si no le planchan bien las camisas.
El hombre espera inconscientemente que su mujer hable poco porque no le interesan los problemas de comunicación ni tampoco los existenciales que por otra parte están fuera de la jurisdicción del hombre común.
El hombre espera inconscientemente que su mujer se mantenga en forma, aún después de haber parido varios hijos y que sepa cocinar platos suculentos para él mientras ella se dedica a la comida Light.
Afortunadamente es difícil que el hombre pueda ser totalmente consciente de todo, porque si esto alguna vez llegara a suceder y el contenido inconsciente irrumpiera repentinamente en la conciencia, seguramente surgirá nuevamente el cavernícola que todos los hombres llevan dentro.
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