Reinald Gimeno: «No hay dinero que compense la tristeza y el mal humor»
Jueves, 6 de enero del 2011 Imprimir Enviar esta noticia Aumentar/ Reducir texto
NÚRIA NAVARRO
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Era uno de esos ejecutivos atrapados en reuniones y aeropuertos. Durante 19 años Reinald Gimeno se dejó la piel en hoteles de lujo -el Claris, el Princesa Sofía, el Ra y La Mola, junto al Real Club de Golf El Prat, entre ellos-, pero se hartó de la presión y de no ver crecer a sus hijos. El pasado septiembre, como el escribiente de Melville, optó por apearse. Y se puso al frente de una pequeña zapatería a dos pasos del Mercat de Sant Antoni.
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GUILLERMO MOLINER
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Información publicada en la página 64 de la sección de Contraportada de la edición impresa del día 06 de enero de 2011 VER ARCHIVO (.PDF)
-El mundo de los hoteles me hacía ilusión desde que vi aquella serie titulada Hotel, ¿recuerda?
-¡Ya lo creo! Con James Brolin y Connie Sellecca al frente.
-Así que estudié Turismo en los jesuitas de Sarrià y, como me interesaba la rama comercial de la hostelería, hice un máster de dirección de márketing en Esade. Y en 1992 empecé a trabajar en la apertura del Hotel Claris de Barcelona. Allí me quedé tres años como comercial.
-Luego, fue escalando y escalando.
-Del Claris me fui a Centrohotel Minotel, luego al Princesa Sofía Intercontinental; estuve de director de ventas del Hard Rock Café -llegué a llevar la sedes de Barcelona y Madrid a la vez-. Después recalé en Hoteles Catalonia como director de ventas internacionales, y salté al maravilloso Hotel Ra, del grupo Amrey, como director de márketing y ventas.
-Se convirtió en un superejecutivo.
-Tras mi paso por el Ra, encontré trabajo como director comercial y de márketing del complejo La Mola, en el Real Club de Golf de El Prat, entre Sabadell y Terrassa. Dirigía a un equipo de nueve personas y me ocupaba de los mercados nacional e internacional. Pero en España empezó la crisis galopante...
-Y llegaron los nervios.
-La demanda bajaba y aumentaba la oferta. Había que hacer todo lo posible para vender. Recibía mucha presión, pero también yo la transmitía al equipo. Antes de la crisis nunca había sido una persona déspota, jamás, pero en los últimos tiempos mi actitud no era la misma...
-¿Malos tiempos para los escrupulosos?
-Digamos que es un mal momento para tener corazón.
-¿Qué sentía exactamente?
-Tristeza, desmotivación, mal humor. ¡No hay dinero que compense todo eso! Estaba al filo de los 40 y tenía dos hijos, de 9 y 5 años, a los que apenas veía. Me los estaba perdiendo. Llegó un momento en que se me agrió el carácter, que iba hacia abajo... Podía haber pagado horas de terapia, pero tampoco disponía de esas horas. Algo dentro me decía que debía intentar un cambio.
-Eso le pasa a la inmensa mayoría, pero pocos dan el salto.
-He pasado muchas noches sin dormir, ¿eh? Hasta que llegó un día en que me dije: «Lo tengo que hacer». La suerte es que conté con el apoyo de mi mujer y de mi tío, que ha estado a mi lado cuando la moral flojeaba.
-El cambio se tradujo en una zapatería de 40 metros en Sant Antoni.
-Jean-Pierre, un establecimiento de calzado para pies delicados de la calle de Borrell que lleva 23 años abierto y tenía ya una clientela hecha. Creo que cualquier comercio con futuro pasa por la especialización.
-¿Por qué eligió los zapatos?
-Siempre me gustaron. Tengo muchos, más de 50... Y los anteriores propietarios, muy generosos, me enseñaron todo lo que debía aprender durante el verano. Me sé los huesos de los pies, cómo se cose un zapato... Sé que saldré adelante.
-Tiene mucha confianza en sí mismo, ¿verdad?
-Eso sí lo tengo. Pero también ayuda mi trayectoria familiar: nací en una familia de comerciantes. Mis recuerdos de infancia están asociados a la pastelería Gimeno, que mi abuelo abrió hace 60 años, y a la mercería Elena, fundada por mi abuela. Ha sido como desenterrar algo que estaba en mi inconsciente.
-¿Qué cosa estaba ahí?
-Estos días pienso mucho en la abuela. Vino de Cañada de Verich, en Aragón, sin dinero y con un hijo pequeño, pero tenía una idea muy clara: no quería depender de nadie. Lo tuvo muy difícil, pero con voluntad y sacrificio salió adelante y estuvo toda la vida orgullosa de su mercería. Me enseñó que el esfuerzo tiene compensación.
-¿La tiene?
-Siento una mezcla de liberación, alegría, incertidumbre. Cuando estoy solo o recuerdo el sueldo que cobraba pienso: «¿La habré cagado?» Pero me dura poco. La verdad es que me siento como un niño con zapatos nuevos. Hacía tiempo que no vibraba, que no estaba contento. El primer par de zapatos que vendí me produjo una inmensa satisfacción.
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